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Nos enfrentamos a cambios todo el tiempo. Algunos son positivos, otros no tanto. Nuestra resiliencia determina qué tan llevadero o catastrófico pueden ser las consecuencias.

Según la Real Academia Española, la resiliencia es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones perturbantes y sobreponerse a ellas. Ante esto, nacen propuestas, líderes y grupos que trabajan entorno a la resiliencia como el arma principal. Lo vemos en muchas de nuestras ciudades, en la ejecución de proyectos por parte de organizaciones y empresas y hasta en la propia naturaleza.

¿En qué van los procesos de resiliencia y por qué son tan importantes?

En las ciudades

Muchas ciudades han empezado a integrar la resiliencia en sus políticas públicas. Este el caso de Barcelona, Buenos Aires, Cali, Medellín, Ciudad de México, Montevideo, Quito, San Juan y Santa Fe en Argentina, todas miembros de la red de ciudades comprometidas con la resiliencia en el mundo; una ‘network‘ que trabaja de la mano con gobiernos locales para prevenir y mejorar la respuesta de las ciudades ante indicadores bajos como la seguridad o el desempleo, entre otros. Por otra parte, esta el programa de ciudades resilientes de UN-Habitat de las Naciones Unidas, el cual se focaliza en proveer a los gobiernos nacionales y locales con las herramientas necesarias para medir y aumentar la resiliencia específicamente para disminuir el impacto del cambio climático. Entre las ciudades que hacen parte se encuentran: Barcelona, Concepción y Talcahuano en Chile.

Este tipo de iniciativas favorecen la manera en que planificamos y permite no solo estar mejor preparados para el futuro sino reevaluar proyectos actuales, mejorando también la calidad de vida de los habitantes en el presente.

En la naturaleza 

Hasta en ella se necesitan procesos de resiliencia, en especial ahora cuando el cambio climático ya no es un amenaza sino una realidad latente para muchas especies. Charles Darwin decía en su teoría de la evolución de las especies que aquellas que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio. Un ejemplo de ello son algunas especies de coral que parecen estar resistiendo temperaturas más elevadas de lo normal en los océanos.

Otras especies por su parte están migrando hacia lugares con mejores condiciones de vida, según la Universidad de Nueva York, más de 2.000 especies de animales y vegetales se han trasladado a localizaciones más altas a una velocidad de 12,2 metros cada diez años.

En las organizaciones

Desde los comienzos, las ONG se han visto obligadas a generar sus propios procesos de resistencia al enfrentarse a recursos económicos y humanos limitados. Esta constante en las ONG las ha obligado a desarrollar habilidades importantes como la recursividad pero las ha parado también a reinventarse. Resistir no es igual que ser resiliente, en términos organizacionales la resiliencia invita a la acción y la transformación.

La resistencia organizacional es la capacidad de no solo sobresalir a los impactos negativos que se presentan, sino renovarse para continuar y aumentar el poder de acción de su misión social en el mundo dinámico e interconectado de hoy. Es imposible evitar por completo las crisis, es por ello que debemos aprovechar estos momentos para impulsar el análisis, la planificación y la innovación.

El reto más grande del tercer sector no debe ser solo convertirnos en organizaciones más resilientes sino en promover la resiliencia en nuestros programas, convirtiéndonos así en gestores de empoderamiento social en nuestras comunidades.

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Adriana Cárdenas

Desde mi trabajo como voluntaria ayudo a personas que no tienen acceso al sistema de salud en Nueva York traduciendo de inglés a español y vice versa eventos de salud gratuitos y gestionando actividades de divulgación. A su vez, coordino los medios sociales de la organización a la que sirvo.