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4 chicos en la puerta de una casa
Matías, Brian, Franco y Lautaro en Casita Puente Afectivo. Foto Juan Pablo Eijo

Puente Afectivo: 10 años de lucha ininterrumpida

“Antes estuve a favor del delito; ahora, de la vida”; la frase de Marcelino Chino Altamirano sintetiza la parábola de su vida y la de trescientos chicos de Mendoza que, habiendo estado en situación de calle, encontraron en Casita Puente Afectivo de la localidad de Maipú, un hogar seguro y la contención afectiva necesaria para dejar una vida común de tribulaciones familiares, adicción a las drogas y delincuencia. Arrellanado en un sillón, atizando su barba rala de momento, Marcelino reseña con voz carrasposa un itinerario de vida que respalda su precepto; en resumen: luego de cometer más de cien asaltos a mano armada, el Chino pasó por diversas cárceles de la Argentina, hasta cumplir su última condena, en 1999, tiempo en el que, según cuenta, “encuentra a Dios” y da el vuelco decisivo: se dedica a rescatar a chicos de la calle.

Es domingo al mediodía y el almuerzo está listo; uno de los chicos, Franco, pasa el anuncio, y Marcelino me agracia con una invitación imposible de rechazar (el aroma de la salsa impregna el lugar). Nos sentamos a la mesa, larga y numerosa (actualmente viven diecisiete chicos en Puente Afectivo); en una de las esquinas, Daniela, una jovencita morocha de sonrisa ancha, alimenta a su niña de dos años; mientras tanto, el Chino, entre brocha y brocha de fideos, me cuenta del último gran logro, Soldando Sueños -un taller de soldadura autógena y eléctrica de última generación, donde algunos chicos aprenden un oficio muy requerido por importantes empresas de la zona-, y su anhelo futuro, tener un predio con lugares de esparcimiento y una fábrica de pastas. Estas iniciativas o proyectos, al igual que otras menores (hacer tarjetas en fechas de navidad), permiten a los chicos adquirir la cultura del trabajo y el valor del esfuerzo propio, en desmedro del camino delíctivo.

Algunas historias

Lautaro (16) comenzó a delinquir a los ocho; a los doce ya había robado a mano armada una ferretería y varios negocios; “salí por la tele”, recuerda, como el hecho definitivo que lo condenó a frecuentar juzgados y casas de menores. Franco (18) se fue de su casa a los nueve y poco después conoció al Chino, a quien siente como un padre; “el Chino me advierte, me dice lo que está bien y lo que está mal, pero de todos modos me da la libertad para elegir mi camino”. Los casos de Brian (15) y de Matías (17) comparten la disfunción y violencia familiar; Emique (17), en tanto, relata su adicción temprana a la cocaína y su compulsión a robar para poder drogarse. Todos hablan de la superación personal (mañana empiezan el colegio) y de la libertad encontrada (curiosa paradoja: se fugaron de sus hogares en busca de libertad, y quedaron atrapados en el desamparo sin fondo de la calle, en las drogas y el círculo vicioso de la delincuencia que la acompaña).

Según la Dirección de la Niñez, Adolescencia y Familia (Dinaf) de la Provincia de Mendoza, 160 chicos deambulan hoy día por las calles del Gran Mendoza (y 1.600 están a la espera de algún lugar para vivir), limpiando vidrios, cuidando coches, pidiendo limosnas o ensayando los más diversos malabares de subsistencia. En este contexto, la obra de Marcelino Altamirano cobra dimensiones colosales; soldando sueños, levantando puentes de afecto, cientos de chicos mendocinos encontraron un camino de esperanza y fraternidad compartida; trocaron, como sintetizó Marcelino, el delito por la vida.

Juan Pablo Eijo es de Ensenada, Buenos Aires, y será a partir de ahora nuestro colaborador especial en rumbo. Es periodista, fotógrafo y las crónicas periodístico-literarias de corte social son su especialidad. En la actualidad viaja por Argentina y otros países de la región a la búsqueda y captura de historias a pie del terreno.

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Juan Pablo Eijo

En estos momentos se encuentra viajando un poco. Además de colabora con el blog de Idealistas, escribe en suite101.net y practica fotografía.