¿Cómo se manifiesta el síndrome del impostor en el sector de impacto? Y cómo enfrentarlo
¿Alguna vez pensaste que no estabas a la altura, incluso cuando estabas dando lo mejor de ti? Esa voz que te dice que tu aporte no es suficiente o que no mereces el lugar que ocupas tiene nombre: síndrome del impostor.
En el sector social, donde el propósito y la acción colectiva son fundamentales, esto puede convertirse en un obstáculo serio: limita tu confianza personal y, al mismo tiempo, minimiza el impulso de los movimientos ciudadanos.
En este artículo exploramos cinco formas en que se manifiesta en el trabajo de impacto y el activismo, con ejemplos concretos y consejos prácticos para enfrentarlo.
1. Cuando piensas que tu aporte es “demasiado pequeño”
Si trabajas en una ONG que apoya a comunidades rurales, tal vez sientas que organizar un taller de alfabetización digital para 20-30 personas “no mueve la aguja” ante los retos educativos del país.
Frente a desafíos enormes —como la crisis climática, la desigualdad o la búsqueda de justicia social— es fácil sentir que lo que haces no alcanza. Pero la historia demuestra lo contrario: los grandes cambios se construyen con cientos de acciones pequeñas que, al sumarse, generan impacto real.
¿Qué hacer?
- Lleva un registro de tus contribuciones: Con el tiempo, irás viendo todo el impacto acumulado.
- Conéctate con otras personas: Unirte a una red o grupo multiplica el alcance de tus esfuerzos y refuerza la idea de que lo que haces suma en conjunto. ¿Quieres dar el paso? ▶ Únete a nuestra comunidad en LinkedIn y conecta con personas que ya están en acción.
2. Cuando dudas de tu legitimidad para participar
Quizás sientas que no puedes acercarte a una organización porque “aún no sabes lo suficiente”. O que no deberías organizar una actividad porque “no eres especialista en el tema”.
Esa inseguridad hace que muchas personas, aún con la motivación y las ganas de contribuir, se queden al margen de proyectos de impacto positivo.
La verdad es que nadie comienza con todas las respuestas. Muchas de las iniciativas más valiosas nacieron de personas comunes que decidieron dar un primer paso, aprender en el camino y apoyarse en su comunidad. Participar no exige perfección ni títulos, ¡sólo la voluntad de pasar a la acción!
3. Cuando te comparas con otras iniciativas
Tal vez ves a una organización que logró viralizar una campaña y de inmediato piensas que lo que vienen haciendo en tu proyecto no está a la altura. Esa comparación puede desgastarte y hacerte olvidar que el cambio social no se trata de competir, sino de sumar esfuerzos.
Cada iniciativa aporta desde su propio lugar, con sus recursos y su ritmo. Un pequeño taller en tu barrio es tan valioso como una acción masiva: ambos forman parte del tejido de transformación.
Por eso, en vez de mirar a otros como un parámetro de éxito, celébralo como una señal de que más personas están trabajando por la causa que tanto te importa. Y que te sirva de inspiración para aprender y seguir fortaleciendo tu propio camino.
4. Cuando minimizas los logros conseguidos
Después de organizar una feria comunitaria, puedes pensar: “Fue algo pequeño, cualquier otra persona podría haberlo hecho”. Ese pensamiento le resta valor a tu esfuerzo y borra aprendizajes que pueden ser la base para iniciativas más grandes.
Cada acción deja huella: reunir a 20 vecinos en torno a un tema, lograr que una campaña digital llegue a 1000 personas o facilitar un taller piloto son pasos reales y concretos. Y cuando los reconoces, no solo validas tu trabajo, sino que también inspiras a otros a sumarse.
5. Cuando no logras accionar por sentir que “aún no te has preparado lo suficiente”
Quizás tienes una idea clara: organizar un taller de primeros auxilios en tu universidad o proponer un proyecto de reciclaje en tu barrio. Pero entonces aparecen las excusas: “Todavía no tengo certificaciones que me validen”, “me falta experiencia”, “necesito más tiempo para planearlo”.
Y así, la iniciativa nunca llega a ver la luz.
El síndrome del impostor también se traduce en esperar el “momento perfecto”: proyectos que nunca se postulan, campañas que no se lanzan, ideas que no se comparten.
La realidad es que nadie empieza con todas las piezas resueltas. Muchos proyectos que hoy admiramos comenzaron como ideas piloto de alcance reducido que fueron ajustándose en el camino.
La clave está en accionar: lanza una primera versión, aunque sea pequeña, ponle fecha límite a tu iniciativa y permítete aprender de la práctica. Dar el paso te dará confianza y abrirá nuevas oportunidades que nunca llegarán de otra manera.
¡Avanza a pesar de las dudas!
En el sector de impacto, el síndrome del impostor no solo erosiona la confianza personal: también limita la potencia de la acción colectiva.
Superarlo no significa acallar por completo estas inseguridades, sino aprender a moverte con ellas: reconocer tus aportes, celebrar tus logros y animarte a actuar aunque creas no estar lista/o.
Al final, los cambios no los logran quienes esperan la perfección y planifican demasiado, sino quienes se animan a dar pasos —pequeños pero constantes— y que lo van perfeccionando mientras lo implementan. Esto suma a la transformación colectiva.
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