En muchas organizaciones del tercer sector existe un trabajo técnico y sistemático para impulsar cadenas productivas con el fin de promover el desarrollo económico y el bienestar de las comunidades
Entendemos cómo muchas de ellas atraviesan desafíos que van más allá de las variables propias del proceso productivo como los embates del clima, la aparición de nuevas plagas y/o enfermedades, nuevos conflictos sociales y sobre todo nuevos escenarios comerciales que generan profunda presión en los mecanismos de subsistencia de quienes los desarrollan.
Se trata de un compromiso genuino que hace parte de mí, de ti, de los trabajadores, de las organizaciones, que siempre pueden escoger hacer las cosas de una manera diferente, con más sentido, con coherencia, con verdadero propósito.
En enero de 2022, el Banco Interamericano de Desarrollo publicaba un contenido altamente relevante denominado “Confianza: la clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe” y exponía que, la confianza en la región, era menor que en cualquier parte del mundo y que su antítesis reducía el crecimiento y la innovación.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos dice que la confianza se entiende como la “esperanza firme que se tiene de alguien o algo”.
Al realizar actividades de investigación cualitativa para mi tesis final de un programa de maestría en Innovación Social y Economía me atreví a preguntar a varios entrevistados, sin pensar que estaba abriendo la caja de pandora: ¿cómo interviene la confianza en las cadenas productivas, se puede monetizar?
Pues sí. Este intangible es quizá uno de los factores por los cuáles decidí vivir las próximas décadas de mi vida trabajando sobre la confianza, las expectativas y las oportunidades que tenemos todos los actores de la sociedad para generar bienestar colectivo.
Y es que la confianza no se decreta, no se inventa, no se promociona. La confianza se trabaja, se alimenta, se construye entre personas. Sé que en algún punto dejamos de confiar los unos en los otros y por eso tenemos un gran desafío en la reconstrucción de la confianza colectiva que es aquella que definitivamente nos permitirá volvernos a lanzar al trabajo en conjunto, a la co-creación, a pensar en comunidad y dejar atrás todos los intereses que nos han separado por tanto tiempo.
¿En qué momento entonces se fusiona este proceso individual con el gran mercado de los negocios?. La respuesta es contundente: en el día a día, en la interacción cotidiana que cualquier persona de cualquier organización sostiene con otros individuos de similares características o incluso con características distintas pero con un propósito en común que va más allá de una transacción.
Primer mito derribado: Los negocios no solo se llevan a cabo alrededor de mesas elegantes en donde solamente altos ejecutivos se autoconvocan.
Los negocios inician en las interacciones más básicas de nuestra vida. Se negocia en la tienda de abarrotes, se negocia en el barrio, se negocia al comprar y vender cualquier producto o servicio. Se negocia en el seno familiar y es allí donde nos enseñan también cómo hacerlo mejor; desde la nobleza, el amor, la empatía.
Entonces los negocios -aquellos vistos únicamente como un baile armonioso de números- nos exigen llevarlos a cabo desde la más pura esencia de la humanidad. Aquella que busca construir, aquella que anhela bienestar, aquella sobre la cual edificamos nuestras expectativas.
Estamos ante la oportunidad histórica de repensar la forma en la que vemos y llevamos a cabo interacciones de negocios. Necesitamos más espacios de negocios que generen inclusión, que se desarrollen bajo modelos de sostenibilidad, que revaloricen las actividades primarias como la agricultura y por sobre todo, que miren y escuchen a los humanos que los hacen posibles. Necesitamos desarrollar e impulsar “ese lado humano de hacer negocios”. Solo así abonaremos el camino para trabajar en conjunto con diversas organizaciones pues tenemos un objetivo mayor que nos une: la humanidad.
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