¿Puede una sonrisa salvar vidas?
En los 1970, un hombre caminó por el famoso puente Golden Gate en San Francisco. Llegado a cierto punto traspasó la barandilla y como tantos otros antes y después que él, se dispuso a saltar. Cuando tras el trágico incidente la policía registró la casa de esta persona, encontró una nota: “Voy a caminar hasta el puente. Si por el camino encuentro a una sola persona que me sonría, no saltaré”
La historia se ha convertido en una piedra de toque al respecto de la estigmatización de las enfermedades mentales, el diseño del aclamado “Puente de los Suicidios” en California, y el poder de una simple sonrisa. El mensaje podría parecer obvio: un pequeño gesto de amabilidad, puede salvar una vida. Pero, ¿realmente una sonrisa es suficiente?
Hace poco, una mujer retratada en el proyecto fotográfico “Humans of New York” (Humanos de Nueva York) describió como la depresión, la había convertido en una persona totalmente insensibilizada. “Cuando las personas eran amables conmigo, yo no era capaz de sentir esa amabilidad. No producía ningún tipo de sensación en mi. Si un bebé me sonreía, quizás me animaba por un milisegundo, pero tras esto volvía a recluirme en una total oscuridad”. Todo lo contrario a la historia del hombre cuya vida, queremos creer, se hubiese salvado con una simple sonrisa.
Hace unos años en Melbourne, Australia, una chica se sentó en el asiento opuesto al mío. Me di cuenta que estaba al borde de las lágrimas. La busqué con la mirada y le sonreí, ella rompió a llorar. Busqué un paquete de pañuelos en mi bolso, se los ofrecí y le pregunté qué le pasaba. Al parecer, estaba a punto de graduarse antes de iniciar sus estudios universitarios y temía que sus notas no iban a ser lo suficientemente buenas para poder estudiar aquello que quería. En esos momentos yo era profesora en la universidad y le expliqué cómo al contrario de la opinión de la mayoría, los exámenes para puntuar no eran un callejón sin salida, que cambiar su titulación sería más fácil una vez que ya estuviese dentro. Percibí cómo le quitaba de inmediato un peso de encima. Ella no necesitaba una sonrisa, necesitaba honestidad, consejo e información práctica e imparcial.
Recientemente caminando hacia el tren después del trabajo un chico joven me paró.
“Disculpe señorita, ¿sabe cómo llegar a schmergu?”
“Lo siento, ¿dónde?”
“La Sonrisa.”
Repasé mi mapa mental de posibles tiendas y restaurantes cercanos con ese nombre
“Lo siento, no se”
Él poco a poco dibujó una amplia sonrisa a cámara lenta frente a mi y contestó:
“¡Son contagiosas!”
Mientras proseguía camino sin saber muy bien qué había pasado, pensé en cuántas veces un desconocido en la calle me ha gritado “¿por qué no sonríes?”, como si alguien hubiese proclamado un referendum público hacia mi expresión facial y se olvidó de informarme. ¿Debería haber sido un poquito más tolerante con este chico que realmente intentó, aunque sin éxito, hacerme sonreír, o este tipo de interacciones provocan insensibilización así que debería comenzar a caminar como un zombi para evitar que las personas traten de pararme en la calle para ofrecerme ayuda en el futuro?
Mi mejor amiga Amy, que ha sido hospitalizada en más de una ocasión por intentos de suicidio, publicó lo siguiente en Facebook hace unos cuantos meses:
Hoy paré bajo el puente en el cruce de la calle Hoddle. Un hombre estaba de pie junto a la barandilla mirando hacia abajo. Según pasaba miré hacia arriba y lo que vi me pareció algo muy parecido a la melancolía. Paré, caminé sobre los adoquines, traspasé las señales de ‘tráfico lento’. Miré hacia arriba para captar su atención. “¿Estás bien?” le grité.
Tuve que repetirlo varias veces hasta que pudo entender lo que decía.
“Sí, estoy bien” contestó finalmente. “Simplemente estoy viendo pasar el tráfico. No te creerías la cantidad de gente que pasa cada día por aquí”
Sonreí, le hice un gesto de adiós con la manos y dije “Perfecto”. Sentí de repente la agobiante necesidad de decir algo más, algo cercano a ‘Me importas’. Supongo que en ese momento, también estaba diciendo que en realidad yo me importaba a mi misma.
Amy, trabajadora social, no solo sonrió, también paró, atravesó el puente y preguntó directamente si esa persona estaba bien. En su momento fue ella quien estaba en el puente. Amy sabe que en una situación así, una sonrisa no puede reemplazar a una intervención apropiada.
En Australia en 2009, Gavin Larkin fundó la organización RUOK? para animar a más gente a hacer justo esa pregunta “¿estás bien?”, cuando ve que alguien lo está pasando mal. Según RUOK? hay tres factores que pueden determinar si alguien está al borde del suicidio: la persona piensa que es una carga, la persona piensa que ya no puede resistir más un alto grado de dolor o la persona siente que está totalmente desconectada de la sociedad. Si es verdad que es lindo escuchar la historia de la persona que saltó en el puente de San Francisco y decidir que vas a comenzar a sonreír a más gente, hay que tener en cuenta que este es solo un primer gesto para demostrar que alguien o algo te importa. Una enfermedad mental no puede ser curada o tratada con sonrisas, pero como sociedad podemos estar un poco más dispuestos a la hora de comunicar cada día, de manera que podamos apoyar mejor a aquellos que sufren.
¿Has vivido una experiencia similar? ¿Qué opinas al respecto?
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